El predador





Partió desde Acevedo, atravesó raudo Cáceres y Linares, dudó en Lencinas, recuperó velocidad a través de Manzanares y Montes y, de repente, se detuvo en Podestá. Lentamente se despegó de la superficie y se desplegó, amenazante.
Anticipaba el camino a la mirada, que se elevó parsimoniosamente del listado hasta fijarse en una de las figuras que competían desesperada e infructuosamente por lograr la inmaterialidad.
Cuando el nombre fue pronunciado, buscó acomodo en el borde de la mesa, intentando enmascarar su ferocidad con un suave golpeteo.
Poco duró.
Antes de escuchar la balbuceante respuesta ya había asido la birome roja y cuando el cerebro comprendió que la respuesta solicitada no sería dada, ya el dedo estaba disfrutando, despiadado, mientras dibujaba un cero.

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