Saber. ¿Qué es saber?



Prefacio:
Desde 1982, abril, mayo, hasta mediados de junio, son días en los que el transcurrir de lo cotidiano está sembrado, para mí, de zancadillas mentales, de lapsos en blanco, o en gris, o en negro.
Sin aviso, una pequeña frase cualquiera, oída al pasar, o dicha sin pensar; una foto que pasa fugaz en el buscador, o en un pliegue de un diario viejo; el fragmento de una música que suena en otra habitación; provoca en mi interior un silencio sobrecogido, difusos recuerdos que se apersonan, piel de gallina.
Recuerdo, me recuerdo, con 24 cándidos años, creyendo a pie juntillas las tapas de los diarios, los sesudos informes de la Revista Gente, las mentiras de las marionetas de la tele. Me recuerdo cerrando mi mente a las dudas y contradicciones que, hasta para mí, eran evidentes.
Me recuerdo, pavote, con un marcador, hundiendo barcos, derribando Harriers y helicópteros a fuerza de equis y más equis, frente a una infografía de la flota británica enchinchada en la pared.
Todavía me aterra mi alegre ignorancia de entonces, todavía me horroriza la ceguera colectiva.
La microficción que transcribo a continuación está ambientada en una batalla que pudo ser cualquiera de las muchas que hubo en nuestras guerras civiles, en el 1800. Pero la época no es relevante. Podemos cambiar las armas, los uniformes, los nombres. El drama y su circunstancias seguirán allí.
Cuando escucho (aquí y o en otras tierras) discursos grandilocuentes y beligerantes que hablan de gestas, de patrias, de ideas, de dioses, de glorias, de destinos, no puedo dejar de notar que todos terminan diciendo “animémonos y vayan”.
En estos días de abril, de mayo, de junio, no me quiero permitir la opción de dejar de dudar.



Saber. ¿Qué es saber?

Camilo corrió sintiendo que se moría. Era tan joven. 
El ardor de sus tripas no era nada al lado de su miedo. 
Ahora me muero, pensó. ¿Qué viene ahora? 
Le asustaba tanto no saber qué era la muerte. 
Tanto demonio, tanto castigo, tanto horror le habían presagiado.

El abanico de pólvora y metralla del pedrero que los emboscó
lo agarró muy de refilón. Por eso pudo correr, y asustarse y pensar que se moría, 
en lugar de quedar desparramado, o boca arriba, mirando sin ver, 
como había quedado el grueso de sus compañeros.

Camilo se hundía. No sabía en qué, pero se estaba hundiendo. 
En la noche, en el dolor, en su miedo. 
El humo denso ocultó su huida. El acre olor de los disparos ocultó el aroma de sus orínes. El griterío de la batalla ocultó su llanto.
Camilo cayó, o se dejó caer, en un zanjón. Casi listo a entregarse a las harpías. Resignado a toparse de frente con el horror de la muerte.
Más allá, a unos cientos de metros, el fragor empezó a disminuir y gritos de algarabía 
y victoria poblaron el aire, primero tímidos, y luego rugientes, desaforados, liberadores.

Camilo no supo cuando murió. 
Tampoco supo si fue en medio de la victoria o de la derrota.
Tampoco importaba. No, por lo menos, para los engolados personajes 
que se estrechaban las manos y se abrazaban festejando.

Camilo se fue así, temblando de miedo, sin saber por qué. 

Y otros celebraron, tal vez, sin saber por qué.

Comentarios

  1. En las guerra el soldado vive y muere en una parte ínfima del espacio tiempo de cada guerra. Sólo el prisionero o el guardián de otros prisioneros puede saber si hubo derrota o triunfo. O las dos cosas en su ínfimo sector de las guerra. El soldado desconocido ese con monumentos en todo el mundo es también el soldado desconocedor. Sin embargo el soldado desconocido puede ser héroe o cobarde o las dos cosas. Los tiempos de jugarse las vida avanzando o huyendo son los confusos senderos de las condición humana. El que sobrevive puede con sinceridad ininpugnable adjudicarse cualquiera de los dos papeles: no tenemos derecho a contradecirles.

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  2. https://www.poemas-del-alma.com/nicolas-guillen-no-se-por-que-piensas-tu.htm

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