La noria
Estoy esperando en una sala amplia y desolada.
Sentado en un costado, mirando desganado el rincón que tengo enfrente.
En él, una deslucida y enorme maceta contiene una planta con dos escuálidas ramas, precariamente abrazadas a un desmesurado tutor.
Miro las tres líneas que ubican la posición del rincón. Tan preciso es su origen como impreciso es su fin. Sabemos que parte de la pared es rincón y que parte no lo es, pero no acertamos a precisar su límite. Tal vez, la maceta esté allí para acotarlo. La pusieron para poder decir: el rincón llega hasta el borde de la sombra de la maceta.
Miro el rincón, las tres líneas que lo definen han dado cobijo a un sin número de motas de polvo, fugitivas de las pisadas ó, tal vez, escapadas del horizonte circular de la maceta. ¿Les resultará a las motas de polvo tan desangelada como a mí esa maceta desangelada? ¿Será ese el motivo por el que se descolgaron por sus costados, y están tomando resuello en el rincón para lanzarse al mundo?.
La maceta parece torpe. Como si estuviera mal sentada al borde del rincón al que le han mandado poner límite. Incapaz de retener a las motas de polvo que se le escapan. Incapaz de tentar a otras motas para que trepen a su regazo.
La mísera planta poco colabora. Su semblante amarillento y sus ramas delgadas no logran evocar un verde paraíso. El grueso palo que sobreactúa su papel de tutor no encuentra el modo de convencer a la frágil planta de que se recueste sobre él para que pueda sostenerla.
Seguramente la intimida con su adusta verticalidad. Seguramente la planta no confía en que su aire severo sirva para conducirla hacia algo mejor.
O, quizás, no tenga intenciones de ir hacia arriba.
Quizás su sueño imposible es huir por los costados de su celda color terracota.
Quizás la vergüenza la impulse a desear no ser partícipe del decadente cuadro junto la desangelada maceta y el acotado rincón de la sala.
Una voz me saca de mi ensimismamiento.
-Puede pasar, el Señor Director lo espera.
Hace más de un mes que traspaso diariamente las puertas de esta enorme y desolada sala. Mi día ocurre entre el trasiego de papeles de oculto significado, que duermen en una pila y pasan a dormir en otra. Me conduzco respetando reglas que indubitablemente indican que hasta acá se es, más allá no se es. Aunque nunca se sepa si es que así es.
En mi trajinar, no he vuelto a mirar ni una sola vez hacia donde está ese rincón, donde está esa maceta, donde está esa planta.
Me aterra adivinarme ahí mismo, confinado a un triste círculo por horizonte, con algún severo tutor indicando una verticalidad inapelable y deseando bajarme de esta balsa de fealdad cuya única misión constatable es poner límites a lo que no los necesita.
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