Dilema




Pueden salir al patio.
La sugerencia fue aceptada con presteza y el bullicio de las conversaciones superpuestas y el entrechocar de pasos torpes y rápidos se expandió en el espacio abierto.
El silencio que ocupó el aula pareció sorprender al adusto profesor, quien no lograba acomodar sus notas o sus ideas, o ambas, y cerrar por fin su portafolio.
Por un instante se quedó mirando, casi sin ver, las figuras que correteaban por el patio.
Logró por fin ordenar sus papales y se sentó un momento, como si juntara fuerzas para salir al calor, al ruido, a la próxima clase.
Entonces se animó a tornar su vista hacia la esquina más alejada. Corroboró que allí seguía.
Como muchas otras veces, en mitad de su clase, había sentido que se desdoblaba y que otro yo (o acaso otro él) se paraba en un rincón y seguía atentamente su propia alocución.
Algo no andaba bien porque, mientras juntaba sus cosas y tomaba resuello, el otro no se había desvanecido como siempre. No sólo seguía allí, sino que ya no le prestaba atención y lucía distante y pensativo.
El profesor se alzó primero lentamente y luego decidido a huir. Sus pasos se aceleraron casi hasta la carrera para alejarse de esa figura que lo sobrecogía.

Y el otro (o tal vez fuera él) se encontró perplejo, incapaz de elegir entre un destino de espectro errante y la pesada condena de volver a escuchar, fingiendo atender, la insulsas clases hasta el aún lejano día de la jubilación.

Comentarios

  1. nada hay más insulso que observar la propia vida esperando un final previsible. Ocuparse de la vida de todos es lo que hace distanciar esas dos cosas insulsas: la muerte y la jubilación.

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