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Track! 
Con un ruido seco la puerta del Focker se abrió. El viento helado sobrecogió aún más el ánimo de los aturdidos supervivientes.
El terror al fuego anudaba sus gargantas mientras descendían presurosos y en silencio del maltrecho avión.
Cincuenta y dos segundos antes, mientras despegaban, a mas de trescientos kilómetros por hora, en el medio de la pista y a diez metros del suelo una turbina se había clavado. 
Todo presagiaba y confirmaba un trágico destino. El súbito desbalanceo. El brusco contacto con el ripio. El veloz traqueteo paralelo a la pista. Los sucesivos golpes, con la antena del VOR primero, con el terraplén de un camino de servicio después, y el final, contra un salvador mallín, en medio de las peligrosas rocas del cerro.

...

Parado en Roca y San Martín, me asombré al comprobar que hacia las cuatro direcciones podía ver el horizonte. Y me descubrí compararándome habitante del norte contra habitante del sur. Sonreí para mi al pensar que el viento que acá me parecía leve, allá sería una perfecta escusa para no salir de casa.
Supe que estaba a punto de tomar una decisión trascendente.
Necesitaba tomarme unos días de reflexión. Revisar el estado de algunas ofertas de laburo y de paso, refrescar afectos y contactos. 
La crisis económica fue decantando como única opción el maratónico vuelo de LADE. Río Gallegos, Pto. Santa Cruz, San Julián, Deseado, Comodoro, Trelew, Esquel, Bariloche, Neuquén, Bahía Blanca.  Siete deliciosas horitas de ida, subiendo y bajando a lo largo y ancho de la Patagonia, y otras tantas de vuelta. Pero a un tercio del valor de un pasaje habitual.
La ida se cortó en Bariloche. Veinte días después, la vuelta fue interminable. Cada aterrizaje fue un tremendo dolor de estomago. Cada despegue, hubiera deseado que fuese sólo un tremendo dolor de estómago. Entre uno y otro tuve oportunidad de releer cientos de veces la misma página de un libro que ni recuerdo.

...

Track! 
Con un ruido seco la puerta del Focker se abrió. El viento helado golpeó mi cara contradiciendo la cercanía de la primavera.
El reloj dice que faltan pocos minutos para la hora 23:00. Estamos en 1989, hoy es martes 5 de septiembre.
Mientras el taxi me trae del aeropuerto, miro las casas bajas, la neblina que todo lo vela, las calles desoladas. El frío empaña los vidrios del vehículo. La tibieza que siento dentro de mí me sobresalta.
Desentumeciéndose de tanta tensión acumulada, el cuerpo me dice que elegí bien. 

Porque después de sentir el filo de la Parca, pese a todo, he decidido renacer acá en el sur. En esta ciudad de viento helado y casas bajas. 

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