Sobre las palabras y los elementos

Según los Dogón (un antiguo pueblo animista, de Malí, Africa), 

la palabra posee un cuerpo, una materia sonora formada por cuatro elementos: 

tierra, agua, aire y fuego. 

Esa idea, original y estimulante, llevó a mi mente de formato occidental y judeo-cristiano 

a intentar un pequeño vuelo con ella como motor. 

Y me paro y digo: 

Las palabras son de tierra. 

Las hay con cuerpo, con peso propio, que atraen sobre sí toda la frase, 

como un adoquín arrojado en el centro de un almohadón. 

Su pluma, certera cual una espada. 

Están las otras, que flotan etéreas, que reververan mecidas por la brisa 

y se disuelven lentamente en nuestros oídos. 

El plomo de la niebla llenaba las miradas de los viajeros. 

Las palabras tienen más o menos agua. 

Hay palabras que suenan secas, o se dicen secas, o se piensan secas. 

Que cortan, que hieren, que raspan. 

¡Sos un blando! le gritó en la cara. 

Hay otras, o las mismas, que dichas con humedad se ablandan, 

se suavizan, se vuelven acariciantes. 

Sos un duro, le dijo zalamera. 

Las palabras llevan fuego. 

Algunas, al rojo vivo, te marcan para siempre, se estampan en tu alma. 

El hielo de sus ojos me dijo adiós antes que sus labios. 

Otras, heladas, congelan los sueños de quienes las oyen y de quienes las pronuncian. 

¡Fuego! dijo el jefe del pelotón. 

Las palabras van y vienen, rebotan y se absorben y danzan y saltan 

y se estrellan a caballo del aire, que las deposita o las desparrama. 

Que las lleva y las trae de las gargantas a los pabellones 

y de allí a las mentes y de allí a las almas. 

Las palabras corren y ruedan entre nosotros, que las humedecemos y las secamos, 

que las encendemos y apagamos, y las agrandamos y empequeñecemos 

para poder gritarlas, decirlas, susurrarlas y callarlas. 

Para poder despertarnos y herirnos y embelezarnos 

y amarnos y sentirnos e ignorarnos. 

Las palabras están hechas de tierra, de agua, de fuego y de aire; 

pese a que a veces nos parezcan de sal, 

ó de luz, ó de sangre, ó de miel, ó de clavos.